PRESO EN MI CIUDAD

El primer hecho es reconocerlo. Que tan solo una mirada en el espejo y un impulso te lo revelen. Ciertos comportamientos dejan verse y aceptarlos es el primer paso.
Los seres humanos estamos en época de extinción. La raza, tal y como la conocemos desde su naturaleza, a sufrido infinitos trastornos a su moral y comportamientos en los últimos procesos Revolucionarios, pero no por eso (r)EVOLUCIONARIOS o evolutivos.
Si antes era natural autosatisfacer necesidades, sin mayor exigencia que la contribución a la propia existencia, llegamos a un punto donde el goce lo construimos nosotros, pero sin tener la puta certeza de poder disfrutarlo. La naturaleza fue modificada, tanto como los hábitos y las costumbres.
Nada es peor que si se convierte en costumbre y se legaliza de un sistema burocrático y “humanista”.
Algo, por el mero hecho de que se determine como naturaleza enferma, no significa que en realidad lo sea. Y porque algo aparente cierta antagonía con el orden de turno, no significa que no pertenezca al mismo.
Hay que buscar bien, demostrar que aun se posee esa capacidad de poder observar algo y ver realmente la “prohibición” y el antagonismo correcto. Entender adonde está lo que realmente molesta y lo que nos aporta realmente algo auténtico y valorable.
El hecho de que algo esta prohibido, no demuestra su autenticidad y su subversión a un sistema moral. Este sistema esta harto de imposiciones precarias pero no por eso no funciona con métodos eficaces y eficientes.
El estereotipo de prohibiciones que se nos presenta en la actualidad, da lugar al gran sistema de libertades prefabricadas que nos envuelve hoy en día. Esa sensación de libertad, esa jaula construida y avalada por nosotros mismos, nos da abrigo ante el miedo a no poder controlar ni a nosotros, ni a nuestro entorno.
El control central de nuestras acciones y sus consecuencias es delegado a un ente superior (al mejor estilo Leviatán). Alguien que nos mantenga al abrigo del caluroso fuego de la (auto)destrucción. Un demonio voraz conformado y aceptado por nosotros mismos, que crea el caos pero a la vez ofrece sus mejores soluciones.
Algo así parecería insostenible, inverosímil.
¿Cómo vamos a ser prisioneros de algo que nosotros controlamos?
El primer problema aparece cuando descubrimos que no sabemos quién es nuestro enemigo.
El segundo problema, más grave aún, es cuando lo descubrimos, y caemos en la cuenta que somos nosotros mismos.
Nada más en contra de nuestros instintos naturales que autodestruirnos, aunque si analizamos objetivamente las pruebas y los hechos, creo que esa naturaleza, esos hábitos y comportamientos, fueron modificados en pro de un ser superior: El capital.
Si creemos que cobijarnos bajo el somnífero e hipnótico goce, del placer, del exceso, del vicio, nos da un poder superior al que el ente tiene, en realidad estamos equivocados. Son estas las falsas “soluciones” que no tienen otro fin que funcionar como válvula de escape ante cada riesgo de presión y de derrumbe de la estructura en sí. Esa estructura no es más que una jaula que nos protege de lastimarnos entre nosotros pero al mismo tiempo, nos oprime cada vez más.
Dejemos de tener miedo de la verdadera libertad. Aunque a veces creo que buscarla nos hace más dependientes del sistema, del calor que nos ofrece y del temor a perder lo poco que nos da.
A veces me abrazo a cualquier indicio de libertad que me entregan, aún cuando se que son verdades de papel y cartón.