FAMILIA RODANTE

Compartir la magia del lugar era la excusa usada para hablarse y transmitirse sensaciones.
Como arrastrados por un imán los caminos se cruzaban, se alejaban y se volvían a encontrar. La música también servía como transporte de emociones y sentimientos, y si alguien tenia algo para compartir siempre tenia almas a disposición. Cuando la noche se abría, se encendían los fuegos para cocinar, para calentarse un poco ante el clima cambiante en el noroeste, como así también se encendían otros fuegos (los que no se encienden frotando dos palitos). Cualquiera tenia lugar en cualquier mesa, en cualquier ronda de amigos, era como una esfera donde entraban personas, y donde solo quedaban afuera los prejuicios.
Eso era vivir en familia, no una familia de sangre ni de formalidades, era una familia de corazones, donde las mismas personas que se fueron encontrando al principio del camino, fueron las mismas que compartieron el resto de la ruta. Un acorde, una anécdota, una sonrisa, eran la excusa perfecta para acercarse al fuego, con las plazas y los campings como escenarios improvisados. La misma ruta que nos unió también fue la que nos devolvió a cada uno a su origen, dándonos a entender que existe entre ese universo (que uno cree paralelo y lejano) y "la realidad", un límite muy fino y fácil de atravesar.

Dedicado a la banda, a los compañeros de ruta y demás personajes que a lo largo de esos días nos regalaron sus sonrisas...